29 de Agosto de 2011
Como dice Pasión, la popular canción costarricense, Costa Rica llevará en el pecho, como una perlita gata, al hombre que supo convertir la poesía en canción y hermanar en fina fusión al jazz, al rock, al folclor y más
Nicoya fue el lugar que vio nacer a Fidel Gamboa Goldenberg y fue Costa Rica entera quien lo amó y quien hoy lo llora. Partió el domingo el hombre que acunó uno de los crisoles más grandes en el campo del quehacer musical local.
“Se fue el cantante del grupo Malpaís”, han dicho desde el domingo pasado cuando a la 1 p. m., un infarto múltiple lo atacó en su casa de habitación en Escazú, y apagó la vida de una las figuras fundamentales del que es uno de los grupos más fuertes de Costa Rica.
Desde ese domingo, no paran las condolencias ni las muestras de afecto por la partida de Fidel. Tan solo algunas horas antes del suceso, Fidel cantó como nunca, ya que Malpaís fue el grupo invitado en el concierto que dio, el sábado 27, la banda guatemalteca Alux Nahual.
Más allá de Malpaís. Durante 11 años, desde 1999 cuando se formó Malpaís, el talento de Fidel Gamboa fue notorio para miles que no lo habían descubierto.
Sin embargo, su historia comenzó mucho antes. Desde pequeño, estudió música, pero iba más allá.
Todito él era arte. Estando ya en el colegio ejercía los oficios de pintor y escultor. Como sus aptitudes eran múltiples y por las venas le corría la música, a los 15 años ya se multiplicaba para, en medio de su afán de artista plástico, cumplir también el oficio de músico.
Sí, él y sus cómplices en el Jazz Rock Castella eran todavía unos jovenzuelos estudiantes del Conservatorio Castella cuando ya armaban su primer grupo. Era 1976 y tenían alma aventurera.
Entre aquellos compañeros de aventura estaban Arnoldo Herrera (trompeta, y hoy productor de conciertos), Checko D’Avila (saxofón, también productor musical, entre otras cosas) y Allen Torres (laureado músico hoy).
“Usábamos botas y unos pantalones de campana a cuadros. Nos pasábamos horas y horas después del cole en casa de Fidel escuchando Miles Davis, Chicago, The Comodors... Me acuerdo que como Fidel pintaba y hacía escultura, nosotros nos enojábamos y le decíamos que cuando iba a concentrarse en el grupo y dejarse de esas cosas de la pintadita y las esculturitas”. Ese recuerdo le surgió con una sonrisa a Arnoldo Herrera.
Fue en el Jazz Rock Castella donde Fidel Gamboa mostró algunas de sus primeras composiciones, como Soldado Juan, fusión en honor a Juan Santamaría.
“Desde esa época Fidel ya era muy Caribe. Le encantaba ver cómo se podían juntar los géneros musicales porque era un apasionado del jazz. Y un genio. Tocaba saxofón, clarinete, guitarra, flauta, tres, cuatro y hasta piano que lo hacía en el estudio ya en estos últimos tiempos”, contó Herrera.
El Jazz Rock Castella llevó al colegial Gamboa y a sus compañeros hasta Cuba. En 1978, fueron invitados al Festival Internacional de la Juventud, en La Habana, y ahí tocaron al lado de Irakere, ya para en ese momento un grupo de muy alto vuelo y gordo nombre.
Esa ida a Cuba los marcó a todos. Tanto que, un año después, Fidel se fue a la Isla y estudió Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Si acaso llegaba a sus 20 años y ya era multinstrumentista y, académicamente, experto en arte.
Pero el poeta que también fue Fidel Gamboa con letras como Presagio y Muchacha y Luna caló con su formar de ser.
“Para mí, se fue el muchacho bueno, tranquilo, pausado; el muchacho tímido que también se ponía nervioso antes de un show”, dijo Herrera.
“Si algo tenía Fidel era su compromiso social. Si uno le decía: ‘vení a tocar por el resguardo de las tortugas’, ahí iba. Si uno le decía: ‘hay que hacer un concierto para denunciar la contaminación de una fábrica, ahí llegaba’. Su compromiso era ejemplar”, destacó Arnoldo Herrera.
Compartirse. Repartir lo que sabía, repartir lo que pensaba, repartir el mar de cosas que sabía, hacer fueron sus nortes.
Se compartió al ser profesor en la Escuela de Música de la Universidad Nacional (UNA) durante la década de los años 80 y ser motor del Taller de Jazz de UNA, con el que estrenó muchas obras dentro de este género. Se compartió cada vez que tocó con la Orquesta Sinfónica Nacional o en espectáculos tipo Big Band.
Tanto tenía dentro, que compuso en cuánto género pudo, y participó en cuanto proyecto tuvo tiempo, en medio de su ejercicio como arreglista, compositor y hombre del campo de la publicidad también.
Es así como escribió obras como Inhombre – para cuarteto de cuerdas, percusión y contralto– que le valió , en la década de los años 90, el premio nacional Aquileo J. Echeverría en la rama de música.
Sus arreglos y composición musical para la canción Un sí para Chile lo demuestra: fue uno de los temas usados para cuando ese país del sur decidía si llamaba a un plebiscito en 1988, en medio de la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Es que el tigrito salía pintado. Sobrino del Macho Gamboa, parte importante del grupo Tayacán, fundado por el nicaraguense Luis Enrique Mejía Godoy, y sobrino también de Max Goldenberg, importante folclorista costarricense, no podía el retoño darle la espalda a la conciencia social con que había sido amamantado, desde que era un niño en Nicoya hasta el último de sus días en esta tierra.
Su quehacer fue tan amplio que escribió obras para grupos de cámara como Trombones de Costa Rica, el Quinteto Miravalles y asumió arreglos para la Orquesta Filarmónica en conciertos como el del grupo español El Consorcio.
Y no paraba ahí. Escribió música para cine: La mancha de grasa (de Víctor Vega en los años 80), donde destaca La canción de Lito, y Polvo de estrellas, dirigida por Hilda Hidalgo (2000). La bandas sonoras de Marasmo, de Mauricio Mendiola (2003), y Del amor y otros demonios, de Hilda Hidalgo (2010), también son obra y arte de Fidel.
La danza se nutrió y bailó con Gamboa. Escribió la música para Romeo y Julieta (1989), coreografía de Marcela Aguilar y dirigida por Remberto Chaves; El hombre y la barca (1990), teatro-danza; Bosque húmedo (1994), de la Compañía Nacional de Danza; Septeno (1995) y Grey de ojetes (2001), ambas de Losdenmedium, entre otras.
Ya fuera como productor, arreglista o cantante, hizo más de 30 discos y su talento para escribir y crear música tocó a grandes figuras de la canción latinoamericana.
“De Fidel me llegó la inspiración para escribir la canción Aguacero, en el álbum Tiempos , con el grupo Éditus”, confesó ayer el panameño Rubén Blades en un mensaje enviado a la familia y amigos de Fidel.
Él, el norte. “Sin dudar lo digo: Fidel Gamboa es el compositor costarricense contemporáneo más importante que tenemos. Prácticamente, no hubo un género al que Fidel no le entrara (calipso, folclor, pop, música académica, jazz, rock, fusión)”, dijo Bernardo Quesada, cantautor, arreglista, productor y también compositor.
“El abanico de géneros más amplio, el crisol más completo y variado como compositor, arreglista y productor, lo tiene Fidel. No conozco un compositor tan completo como él en toda Iberoamérica”, argumentó Quesada.
Igual que para otros músicos de su generación e, incluso, más jóvenes, Fidel Gamboa fue un maestro que enseñó cómo llevar adecuadamente la profesión.
“Fidel es y seguirá siendo mi maestro, no solo en el cómo tocar y componer, sino en cómo comportarse. Siempre fue prudente; aunque no estuviera de acuerdo con el trabajo de los demás, se lo guardaba y apoyaba si podía”, confesó Quesada.
Quienes ejercen el mismo oficio que Fidel, desmenuzan lo fundamental que fue –y será– la labor de Gamboa en eso de que Malpaís llevara la nueva canción contemporánea costarricense a difusiones nunca antes alcanzadas, para tocar generaciones de gente joven.
“Fidel le devolvió a la gente las ganas de creer que en Costa Rica había música que les pertenecía”, afirmó Adrián Goizueta.
El “argen-tico”, como Goizueta mismo se dice, hace alusión así a canciones como La coyolera o El portoncito –letra de Max Goldenberg– y con bases de tambito, ritmos folclóricos y fusiones jazz, rock y contemporáneas. Incluso, la noche del sábado pasado, hicieron saltar a los roqueros seguidores de Alux Nahual en el que fue, sin Fidel saberlo, su último concierto.
Salsa contemporánea, como Malpaís, o baladas que rescatan esos paisajes como postales que da el campo costarricense, como Muchacha y Luna o Boceto para Esperanza, se colaron en los imaginarios de miles y miles de seguidores. Solo en su cuenta de Facebook, Malpaís supera los 50.000 fans.
Fidel y Goizueta se conocían bien. En 1979, Gamboa, y otros “Malpaíses”, llegaron a las filas del Grupo Experimental y fue ahí donde se grabaron temas de Fidel como Presagio o Muchacha y Luna.
“Se fue el hermano, el compañero de cuartos por 20 años. Y con esa misma pasión con la que hacía la música vivió ; vivía cada día como si fuera el último”, dijo Goizueta.
Partió así el eterno contemplador de los recuerdos del niño guanacasteco, del travieso en correrías, del cuestionador de las dolencias ajenas, porque Fidel Gamboa hacía lo que cantaba en Cómo un pájaro: “Sé que a veces miro para atrás, pero es para saber de donde vengo”.
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